Escribir en el paraíso

Invade la vergüenza a mi rostro al admitir que no fue sino hasta los quince años tuve oportunidad de poseer un libro; y ni siquiera tuve el interés por leerlo.
Como estudiante, puedo darme cuenta que ni siquiera en la primaria es expuesta la importancia de la lectura ni la de conocer el impacto que alguna obra literaria o de cualquier índole artístico, pueda imponer. No nos educan críticos ni buscadores de grandes tesoros. Es más, quienes nos han educado han forjado en nosotros una venda tan apretada como la que debería tener la justicia.
Pocos profesores inspirarán a la lectura, poquísimos expondrán una crítica que aliente  a sus alumnos a querer profundizar en las letras.
Al llegar al punto en que estamos en el proceso llamado globalización, México se ahoga en medio de lo que otros países logran, y los pocos que pretenden emerger profesionalmente siempre son vistos hacia abajo en sus inicios. Como bichos raros. Al menos en la etapa en la que estamos dentro de ese proceso.
El otro lado de la moneda nos presenta a muchos personajes intelectuales con juicio e ideas trascendentales en el proceso de evolución intelectual para este país; muy pocos como profesores en Acapulco.
En cuanto me encontré con uno de estos personajes mi hambre por una formación artística profesional me consumió y me trajo a comenzar a escribir.
De hecho, a lo largo de mis estudios me he encontrado con algunos compañeros y amigos que gozan del mismo gusto; muy pocos de ellos con ánimos de no sólo dejar su tinta en las hojas de sus cuadernos. Otros tantos, sin la determinación para empezar a buscar apoyos, ayuda ni para buscar medios en los que pudieran enriquecer sus conocimientos culturales o mejorar su capacidad.
Resulta extraño pensar que en Acapulco se ha hecho ya suficiente por el impulso y apoyo literario. Desde mi experiencia personal, al buscar ayuda y apoyo en centros culturales e intelectuales o personas cultas sólo obtenía una mirada por encima del hombro. La mayoría de éstas personas no se preocupa por saber si los jóvenes que acuden a ellos son o no escritores potenciales, ni si serán buenos, excelentes o sublimes.
Así pues, la búsqueda me llevó a otro sitio, con otro profesor, con otros compañeros, donde logré hallar algo distinto a lo que ya había visto: Un ambiente profesional de compañerismo, donde la formación es sinónimo de riqueza y excelsitud.
Comprendí, al llegar a este punto, el significado de escribir, para mí. Conmigo la escritura no es sólo una expresión, ni un medio por el cual contar las asombrosas historias de personajes que aclaman por emerger; también la escritura representa un gran tesoro humano, en el que se han plasmado en tinta todos aquellos conocimientos de las grandes mentes que han existido en el mundo, un medio del que quiero ser parte. Aún en una ciudad así.
Considero que Acapulco mismo se ha dejado engañar por lo que la gente de fuera ha dicho sobre él: que es una ciudad exclusiva para el turismo y que no representa otro entorno de mayor mérito para el país, que incluso nos hemos olvidado de nuestros orígenes, de nuestra evolución y, más aún, de nuestro papel a un nivel internacional. Pienso que levantar el nombre de Acapulco y agregar a su concepto una comunidad de célebres artistas, filósofos, profesionistas, ciudadanos, es tarea nuestra, y que la adquisición de los conocimientos para lograrlo a través de la escritura, la lectura y el desarrollo de una diversificación es útil y sana.
Soy de la idea de que una obra literaria es magistral por su alcance. Por el rol que el autor juega y que hace jugar a sus protagonistas, por el manejo de la lengua, la capacidad de envolver y darnos otro valor conceptual del mundo existe y de una historia —no tanto así de su mensaje, aunque también lo considero un mérito cuando hay que hacerlo—, es por ello que el mundo de las letras, palabras, oraciones, verdades y mentiras, me resulta excelso y digno de dedicación, empeño y esfuerzo.
Las cosas que no se dicen pueden ser escritas, revueltas, ocultadas y, posteriormente, descifradas. Para mí esto es lo bello del ser humano: la capacidad de reeditarse. 
Contribuir, a través de la literatura, al reconocimiento de una ciudad, no está mal. Quisiera que mis personajes, amigos y compañeros de vida, y sus historias, se dieran a conocer y perduraran gracias a mi habilidad y la de otros muchos que allá juegan un papel importante en el desarrollo de esta ciudad, de nuestro estado y de nuestro país.
Tal vez es momento de que los intelectuales tomen sus armas y se rebelen con sus balas hechas de tinta, melodías, pintura, grafito e ideas, edificando desde abajo una ciudad a la altura de las mejores comunidades ideológicas.
Opté porque el título que la gente externa le ha asignado a nuestra ciudad no sea un impedimento para mi desarrollo profesional, ni filosófico, ni laboral, y encontrar en este sitio personas no sólo absortas de imitar culturas ajenas a la nuestra, sino a aquellos que estén dispuestos a reavivar la cultura mexicana y humana, y, ¿por qué no?, evolucionarla a través de los nuevos conocimientos. Quiero que el exterior sólo sirva para mejorar, no para imitar. Y mejorar en serio, porque la verdad la situación, pese a ser ya lo suficientemente difícil, continuamos empeorándolo. Me pregunto qué clase de cultura quiere adoptar el acapulqueño actual, y cuál debería.
Recientemente tuve una especie de revelación de lo que no quiero ser y en lo que me quiero convertir, de lo que es esta ciudad y de lo que debería ser. Hace unos días, caminaba hacia la escuela, por el exceso del tráfico, y debido a las “mejoras” que se están haciendo a las carreteras y un automóvil se adelantó, sólo para detenerse. El conductor, un hombre, quizá padre de familia que llevaba a dos niños a la escuela, se detuvo en medio de la carretera, salió de su auto, abrió la cajuela y sacó una bolsa negra llena de basura… Y en ése momento, frente a todos, frente al tráfico de por sí ya detenido, arrojó la bolsa como si tal cosa en una acera. Continuó sacando basura y siguió arrojándola. Después abordó su carro, pasé junto a él y sólo me permití una mirada despectiva, y arrancó. Pienso que mi papel debió ser mayor, pero no me siento lo suficientemente bueno como para indicar a la gente qué no debe hacer. Y eso me llevó a pensar que, de ahora en adelante, cada palabra que escriba será como el paso de un bebé, hasta convertirme en alguien capaz de contribuir al cambio, para bien. 
Aportaré algo a este paraíso llamado Acapulco.
Para mí la escritura representa este cambio, y también, en términos más personales, mi ideal es escribir mundos que no se han imaginado e historias que no se han pronunciado...


L. S. Siel

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